El bálsamo de las sierras, una chimenea crujiente, una cama de ensueño, el resplandor de las estrellas, exquisitos sabores. En Estancia Ave María se conjugan de manera única, la belleza y el confort. Inmersa en el paisaje privilegiado de la serranía, entre robles, coníferas y magnolias, la hostería brinda a su huésped placeres para todos los sentidos.
En 1997 me animé a emprender un sueño que tenía desde muy chica: tener un hotel. Un hotel con edredones de plumas, cortinas de plumeti español, un lugar de paz y afecto y comida casera, como había en casa. Busqué aquí, mi lugar (ya vivía en Tandil desde que me casé), un lugar donde construiría. Busqué, busqué hasta bajar los brazos. Mi marido, al verme tan abatida, le preguntó a un amigo de mi suegro donde había un terreno para construir una casa. Yo no quería decir que quería hacer un hotel. Así fue como Patocho nos trajo a conocer “Ave María”.
Pertenecía a la familia Santamarina, fue construida en 1962 por Tía Mecha o la Srta. Mercedes con su refinado gusto francés. Todo negro y blanco. Los colores vinieron después. Había mucho trabajo por hacer en la casa, el parque, el gallinero. Era un proyecto grande. Nos mudamos el 28 de mayo de 1998, el día de cumpleaños de mi tío Matías y empecé. Había que hacer mucho más de lo que calculé. Qué divertido! Finalmente estaba emprendiendo mi proyecto. Apenas dormía. Motosierra, pincel, pinza y taladro en mano, puse manos a la obra. No se me veía el pelo. Saqué sarro de las bañaderas y otros artefactos, empapelé dormitorios con María Julia, pintamos cada tablita del treillage del comedor, que matizamos con huevos fritos y papas fritas que hacía José. Lustré muebles, diseñé sillas, folletos y telas con Annie. Cuando se cortaba la luz volvía al jardín y lloviendo seguía sacando cera de los pisos. Siempre me sentí acompañada por mi familia y siempre con buena música.
Una vez decorados los cuartos, sorteamos con mis sobrinos los nombres de cada uno. Siete hermanos y mi marido que si no le pongo la “Y” parece un hermano más. “Y José” es el octavo cuarto. El fin de semana largo de octubre de 1999 nos lanzamos al ruedo. Una amiga me llamó pidiendo lugar para siete matrimonios que tenían un casamiento en Tandil. Está abierta la Estancia? Porque queremos ir. Por supuesto dije que sí y fue una inauguración improvisada llena de expectativas, nervios. Era nuestro bautismo. Todos los bronces lustrados, el agua bien caliente, las medialunas recién horneadas y el menú preparado. Salió bien y no paramos más. Todos los que trabajamos sentimos que es nuestro lugar.
Una idea se transformó en un proyecto de muchos. No sabíamos en esa instancia nada de hotelería, sí teníamos muchas ganas de aprender y sobre todo, ganas de dar siempre más de lo que se espera. Así vamos y nunca bajamos los brazos.
Asunción Pereyra Iraola de Zubiaurre